Mala atención mata buena calidad - Crítica gastronómica

Era sábado a la noche. Después de haber jugado casi dos horas al "Chancho va" y ver como se acababa el gin inglés, Yesid bailaba, Adriana se reía y Javi y yo estábamos bajando nuestras persianas. Los invitados que estaban de paso en la casa habían aportado el alcohol, muchas ganas de divertirse y muy buena actitud. Eran las cuatro de la mañana cuando nos fuimos a casa, acordando vernos al día siguiente.

Tres horas más tarde de lo acordado, Adri y yo salimos hacia la casa de los chicos. Yesid tenía una fuerte resaca, mientras que los otros tres nos sentíamos simplemente apagados. La hora del desayuno había pasado, la del almuerzo también. Sin ganas de movilizarnos mucho pero de sentarnos bajo el sol, entramos a un restaurante de pasta que siempre quisimos visitar, aquí en Chapinero, Bogotá: Giuseppe Verdi.

Al llegar nos ofrecieron una mesa en el sector restaurante, pero ,además de que nos sentimos algo incómodos por la edad promedio del resto de los comensales, aun estaban arreglando una que se acababa de vaciar. Por eso y por querer estar al aire libre, preferimos ir al patio que tienen pegado a su negocio de venta de pastas frescas y caseras al público. Nos entregaron los menúes mientras al lado nuestro una pareja de aproximadamente cuarenta y cinco años tomaba sus asientos. De inmediato el personal le explicó qué platos tenían e hizo recomendaciones. Volvieron a nuestra mesa pero no habíamos decidido entre las veinticuatro salsas ofrecidas, así que recién diez minutos después, y porque yo hice señas, regresaron a tomarnos el pedido. Nos sentimos tratados con inferioridad y menosprecio. 

Cada uno pidió un plato y una bebida común, menos Yesid que bebió un amargo jugo de mandarina. Tras una entendible pero frustrante espera de treinta minutos, llegaron los Fettuccini a la Trentina de Adriana. Sin duda alguna, fueron la mejor selección de la mesa; una pasta al dente con una salsa que cumple y hasta supera las expectativas, bien cargada con los componentes descritos en el menú; Javi recibió su Lasagna especial del nono, un buen plato, bien armado, con bella presentación, sin sorpresas y un tamaño justo; en mi puesto aterrizaron unos Ravioles de verdura y ricota al Verdi, la pasta estaba muy bien preparada, con consistencia y cocción perfectas aunque un relleno muy reducido, acompañados por una salsa que debía tener pimienta, otro producto con el que la cocina escatimó fuertemente; el caso de Yesid fue particular: pidió un menú "Aristocrático" que consta de un lomo asado y una pasta que decidió acompañar con Pesto en una versión que yo desconocía: con albahaca y sin nuez entre otros ingredientes. Él pidió la carne a término medio y se la entregaron del todo cocida y bastante dura, incluso para los cubiertos; la pasta solicitada fue Spaghetti y arribaron Fettuccini. En el momento todos miramos su comida y lo notamos así que llamamos a la mesera y le indicamos que eso no era lo que habíamos ordenado. La respuesta fue como la una adolescente enfrentando a un padre que le pide que regrese a casa antes de lo que ella desea:"¿Esa pasta no le gusta? - No, no es eso, es que yo pedí otra cosa. - Tiene razón", respondió y se retiró. Ni una disculpa ni un ofrecimiento. 

Yo no me pude terminar mi plato, era generoso y el de Yesid nos lo terminamos con ayuda de Javi, cuya Lasagna no había sido suficiente para alguien de su comer.

Nos acercamos a la caja luego de pasar un rato esperando poder solicitar la cuenta y así finalizamos el almuerzo tardío que nos dejó una cosa bien clara: mala atención mata buena calidad.

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